Arde hasta encontrar un lugar
Una ferviente devoción hacia las piedras se hace presente en la sala. Ingresar a Arde hasta encontrar un lugar, la muestra de Ivana Salfity, es como ingresar en el estudio de una observadora de piedras. Cada una de las obras que presenta, ya sea una fotografía, un objeto o una escultura, trae consigo por lo menos una piedra.
Con la atención puesta en una vista general, la muestra plantea una exploración formal de escultura, donde las piedras son tratadas como cuerpos volumétricos, con formas geométricas, que se reúnen en el espacio, buscando el equilibrio, alternando variaciones de color, forma y textura.
Con la atención puesta en una vista más cercana, cada una de las piedras, con sus marcas, sugiere heridas y cicatrices, sugiere lo que no puede ser reparado. Pienso en la noción de Wut Walanti, que Silvia Rivera Cusicanqui y el escultor Victor Zapata recogen de la cosmovisión aymara, y que permite pensar “lo irreparable, aquello que se rompe, la piedra rota”. Cusicanqui habla también del término ch’ixi que designa un tipo de tonalidad gris, un color que por efecto de la distancia parece gris pero que está formado por puntos de color puro y agónico: manchas blancas y negras entreveradas. Es un gris que distingue a ciertas entidades, en las que se manifiesta la potencia de atravesar fronteras y encarnar polos opuestos de manera reverberante: las piedras de Ivana tienen la fuerza de este gris.
Piel de piedra
Cada una de las piedras de esta muestra, incluso las que parecen ser piedras pero no lo son, exhiben su historia desde la superficie: en la rotura que traen, las huellas que llevan, las cicatrices que las atraviesan. ¿De qué manera estas piedras encuentran un lugar y equilibrio? Ubicadas en apilamientos totémicos, en peldaños, en una estantería, en soportes hechos con objetos industriales refuncionalizados, incrustadas en ladrillo, en caladuras en goma espuma o finos pies de hierro, envueltas en lycra, las piedras componen cierto espacio de culto, de reunión ritual.
Ivana no nos muestra piedras preciosas, ni fotografías o esculturas virtuosas, sino que exalta la acción de recolección y colección con la que compone ese espacio. Con un carácter provocador y obsesivo, despaisajiza las piedras al descontextualizarlas de su entorno habitual y hacerlas parte de su obra sin un criterio de selección específico. Cuerpos camuflados, funcionalidades alteradas y órdenes no lineales coinciden en la repetición, induciendo al absurdo. Al reunirlas en la sala, las piedras emanan una fuerza, que es apenas develada.
El espacio
Desde el fondo, un conjunto de tres piedras negras volcánicas puede moverse y sostenerse al mismo tiempo: apoyadas sobre finas patas de hierro, sus puntas evocan antenas. Objetos que parecen piedras y piedras incrustadas en goma espuma, colchones o tumbas que flotan levemente elevadas del suelo. Hacia un lado, 6 fotografías muestran la presencia y la transformación de piedras que fueron movidas de un lugar a otro en el taller de Ivana, que fueron usadas para sostener puertas o quedaron atrapadas en una malla-red. Hacia el otro lado, 72 fotografías de piedras hechas de papel y pegamento, alineadas a lo largo de la sala, representan insistentemente la acción de soltar una piedra. Esta performance fotográfica refiere al absurdo y la dificultad; es una suerte de inversión del mito de Sísifo: en lugar de cargar con la piedra, la artista la suelta una y otra vez, eternamente.
Arde hasta encontrar un lugar nos desafía, invitándonos a buscar sentidos en ese espacio lúdico que componen sus piedras: ¿Cómo pueden las piedras, a través de sus formas y texturas, narrar historias? ¿Sus marcas y cicatrices muestran su capacidad para resistir y transformarse a lo largo del tiempo? ¿Qué heridas y roturas llevan? ¿Qué pueden decirnos sobre nostrxs mismos?
Sin piedras ni sedimentos, hay poca o ninguna historia que contar