La expedición dorada
Parece que no es tiempo de desenterrar al diablo y el carnaval aún brilla en lo alto del cielo tirando un haz de luz que inicia una fragmentación en el paisaje, lo parte en tierra y oro. Qué tenemos para describir la luz y la oscuridad más que experiencias viscerales, psíquicas, intuitivas y a la vez, nada.
No es tiempo de espuma y sin embargo aparecen los tarros desparramados en la tierra como rastros de un tiempo imposible de nombrar más que como vestigio y síntoma a la vez.
Un nombre recorta las formas con la cuchilla del lenguaje, ilumina, define, inmoviliza. Atreverse a describir con palabras lo que es puramente canal sería una imperfección propiamente humana.
En La expedición dorada se retrata uno y múltiples caminos de transición a través de símbolos y significados intermitentes que saltan como grillos de unos a otros. Números, sumas y restas, cantidades, resultados, altares, velitas, santidad y paganismo.
Cuando intenté entrar por videollamada viendo en foco y desenfoque las pinturas y la montaña, intenté sacar mis propias cuentas, jugar un poco con los números intentando entender el código que el artista comenta demasiado rápido. En el primer paso conté las letras del abecedario y tomé las siguientes notas:
– La letra M de Mar corresponde al número 13, inicia un nombre como una pista de algo en construcción.
– El arcano sin nombre te arrincona hasta la destrucción que propicia el porvenir.
– La primera línea que parte el plano es la guía que organiza las siguientes e ilumina y ensombrece las figuras.
Esa geometría me resultó incalculable, e imperfecta, me hundió en el misterio del porvenir y la fe en la fortuna impredecible. Cuando vi los naipes, salió “El loco”, el arcano sin número que en otras cartas es un comodín, el sinnúmero que a la vez los recorre todos como ese grillo posándose en las definiciones momentáneas del lenguaje. El perrito recuerda las formas del pasado en un tarascón.
Me acordé del sonido de las palabras dobladas al castellano en mi primera experiencia VHS: La emperatriz le dice al pibe humano “Sebastián, dame un nombre” para evitar que la nada se devore la fantasía. El tiempo sin ese nombre amenaza con destrucción, pero temerle también es parte de la imperfección humana. La muerte y la resurrección implican un sepulcro con un nombre y un bautismo.
Mar Pérez, el artista o “el mago” inicia la expedición sin búsqueda de destino, pero con fe en la transmutación.
Su trabajo a través de más de veinte años de producción aparece y desaparece manifestándose en diferentes lenguajes como el cine, la música, el teatro, la pintura. Esa emergencia experimental y manifiesta en saltos tiene un hilván que construye un relato intermitente a través de las supervivencias en su propia obra: Grandes planos de color, invención de paletas, pequeños rincones de delicada figuración. La expedición dorada desarma un poco el género paisaje velando la representación de la naturaleza con capas y capas de paisaje psíquico.
Esta nueva aparición de Mar Pérez deja que se ilumine una posibilidad instantánea y liminal de la pintura académica o folclórica, como si las enciclopedias aprendidas en el plagio de las fotocopias hubieran permitido una apropiación parcial de las referencias oficiales de la pintura para reciclarlas en un anclaje local que les pierde el respeto y las usa para retratar los amores que indican fugazmente los hitos de su propia historia.
El color no es estrategia sino contenido, una paleta de sincretismos donde los códigos simbólicos se ponen en crisis, los santitos se mixean, los arcanos se desarman, pegan la vuelta, se insisten, desordenan el mazo, hacen lugar a las diosas y sus dobleces sacudiéndose los manuales de interpretación. El dorado protagoniza este movimiento oscilante y favorito entre lo solemne y lo cursi. Su complicidad con lo más técnico de la pintura, capas y capas de veladuras son tiempo y láminas de óleo que en el secado ocultan o hacen aparecer. La paleta es un desvío. ¡Cras, cras, cras! Un montículo que entierra y desentierra con marrón y metal piso, cielo, caras, cartas, cerro, perro.
La expedición dorada abandona el sigilo de la magia occidental y se disuelve en un jugo de mutación, de diálogos polimorfos e inacabados que ruedan y crecen con adherencias de latas aplastadas convertidas en soporte. Un paroxismo de afectos y pasiones se velan y desvelan cíclicamente, como el carnaval.
Ana Volonté, noviembre de 2024